Roma vacante

Benedicto XVI ha arrojado la montera-mitra de dos picos y se ha cortado la coleta quedando en sotana blanca sobre los zapatos rojos de Prada. En la divina Roma de la fede perduta, hay dos sillas vacías, la de San Pedro y la del Palazzo Chigi. Monti renunció y Benedicto XVI ha hablado en latín: «Declaro mi renuncia al ministerio de Obispo de Roma». Pier Luigi Bersani, candidato de la izquierda, en las elecciones profanas, que se celebrarán los días 24 y 25, antes de la renuncia formal del Papa y del Cónclave, ha comentado que la decisión es rarísima en una época convulsa. La izquierda rectificó su opinión sobre Ratzinger, al que creyó integrista e inquisidor, y ha descubierto a un dialéctico. Hace unos días asistió el Pontífice junto a Napolitano a un concierto y después de unas horas juntos, el presidente de Italia declaró: «El diálogo con Su Santidad me ha enriquecido mucho».

Solo y enfermo, traicionado por su asistente, espiado por los cardenales, que tienen más peligro que una piraña en el bidé, se rodeó de un reducido grupo. Hacía más cortas las misas del Gallo y notó que le abucheaban en la Plaza de San Pedro; era consciente de que tenía que entregar el báculo a Dios y la mitra a otro monseñor, que probablemente sea italiano, aunque muchos piensan que debiera ser negro.

El Vicario de Dios en funciones no asistirá al Cónclave porque tiene más de 80 años; es como si ya hubiera muerto. Se recluirá en un convento de clausura dentro de la Ciudad del Vaticano, después de dar la campanada sin otro precedente que el de Celestino V, que entró a la sede papal montado en un burro y naturalmente duró poco; terminó en su convento de benedictinos (también se informa de un Gregorio y un Benedictino como dimisionarios).

No falta más que el Anticristo. Dimite el último monarca absoluto de Europa en un instante en el que en Italia y España, columnas del catolicismo, la multitud sigue las banderas del ateísmo y la antipolítica. Hay culto a la chusma, odio al Parlamento, desprecio a los políticos. En Italia, donde hubo un partido-príncipe se enfrentan Berlusconi, Bersani, y un payaso más, Beppe Grillo. Albert Rivera ha declarado a Esther Esteban: «Aquí ya no hay ruido de sables, pero puede aparecer un salvapatrias, un Berlusconi». Me explica un alto funcionario del Estado que no somos buenos, pero sí mansos hasta que dejamos de serlo y lo menos malo que nos puede suceder es Berlusconi, ese italiano al que se le sublevó la bragueta. O ése o el clon Beppe Grillo, apoyado por cabreados y piqueteros de blog.

Italia es tierra de Papas santos y de Papas libertinos; degenerados, sobre todo, los españoles: uno salió pedófilo y otro presidió más orgías que misas.